jueves, 30 de abril de 2009

Vale...


puede que no tenga tiempo para tener al día la Arcadia Infeliz, pero al menos, sí para nombrar la última película recomendable que he visto: "Luces al atardecer", del maestro Kaurismäki (que no, que no es japonés pese al apellido, sino de Finlandia).

Eso sí, quien esté medio (o enteramente) deprimido, que se abstenga de verla, porque este filme, en el que se narra cómo un guarda de seguridad silencioso y solitario hasta chirriar es engañado por la novia de un mafioso para que les deje entrar y robar en el lugar que custodia, puede ser muy poco adecuado para dichos estados anímicos...

Lo que más me gusta, la aparente inhumanidad de sus personajes, situaciones y lugares físicos (quizás en Finlandia la gente sea tan poco cálida: es el lugar del mundo donde hay más suicidios), pese a que el mensaje de la película supura humanidad a mansalva.

jueves, 23 de abril de 2009

Trocito a trocito...

Henry debió de cansarse de estar de pie, y optó por acomodarse en el suelo de mi cuarto, sobre la alfombra, y la cosa dejó de ser tan “rara”. Yo sólo miraba mi manzanita, no me atrevía con sus ojos, pensando, temiendo, que estuvieran clavados en el vacío como los de un enajenado mental. Pero la tira de imágenes que me enganchó en la cabeza hacía presagiar que su mirada no debía de estar precisamente en calma. Cuando terminó de hablar (con un tono de voz que rozaba el grito), se acercó a mí, pero yo seguí sin mirarle, concentrada en mi manzana, ya reducida al hueso y a las semillas, y noté con tensión que se sentaba a mi lado y que alargaba su mano hacia mi mejilla izquierda en una amago de caricia consoladora, como si me acabara de comunicar una tragedia y quisiera reconfortarme. Pero justo cuando sus dedos rozaban ya la línea de mi mandíbula, un estruendo hizo que ambos diéramos un bote sobre el colchón. La puerta de la entrada acababa de cerrarse de un portazo. Henry debía de haberla dejado abierta y la corriente había hecho el resto. Entonces, sin decir una palabra, salió volando del cuarto. Posiblemente pensó que aquello era una señal, que mi tía estaba a punto de llegar y que era mejor no verle la cara a aquella hermosa bruja de la que yo le había hablado sin mucha simpatía. Yo tampoco le miré ni le dije nada. Dicen que lo mejor para ahuyentar a un fantasma es hacer como si no se tuviera conocimiento de su presencia: eso le arrebata su energía y su razón de ser.



Las sienes, la cabeza y los oídos me destrozaban desde dentro; me mareaba…Comenzó a llover. Las tripas se me retorcieron. La voz me temblaba. Ya no tenía fuerzas para suplicar, una vez más, que no me abandonara. Me di la vuelta y me alejé de ella, que recta como un junco, se quedó en el portal de su academia esperando a su padre. Anduve como si acabara de donar un litro de sangre. Me choqué con una pareja que llevaba un carrito de bebé, la rueda de la sillita me pasó por encima de un pie, pero ni me dolió, ni escuché las disculpas, si es que las hubo. No sabía ni hacia dónde caminaba. Laura me acababa de dejar. Pero la gota de dignidad que aún atesoraba mi alma, me impidió arrodillarme y suplicarle con las palmas de mis manos pegadas.

viernes, 17 de abril de 2009

Diez años después...

nos hemos reencontrado,
y he descubierto que el abismo del tiempo
es un simple riachuelo
para los que gozamos de buena/sanguinaria memoria.

Porque para mí,
todo ha sucedido ayer, o la semana pasada,
hace un mes, a lo sumo...
Las vivencias no entienden de pasado en mi ser;
la consciencia subyuga al vacío
en mis remembranzas.

A veces me gustaría no acordarme tanto de todo...
Más que nada,
porque sólo con pocas personas
puedo compartir
semejante marea de eventos marchitos
pero aún hermosos y coloridos,
como las alas de mariposas difuntas
crucificadas en el estuche de un coleccionista
de belleza
muerta.

Ayer no fue la excepción.

Ingenuamente pretendí revivir un importante
pellizco de vida
dejada atrás,
pero descubrí a una persona totalmente diferente,
que no menos digna o adorable.
Una desconocida, al fin y al cabo.

El ser que yo conocí hace diez años,
y que deseaba con ardor volver a ver,
ya ha perecido en algún intrincado vericueto
del Demonio del Tiempo.

Cómo duele comprender que en esta vida
lo que más pesa
es el árido Presente.

lunes, 13 de abril de 2009

A día de hoy

No tengo tiempo ni para escribir ni para leer todo lo que quisiera...

Pero resulta que, últimamente, disfruto más de la compañía humana que de la de las letras, algo que no creo que me perjudique...

Aún así, ya he terminado el excelente Hermosos y malditos, de Scott Fitzgerald (cuando pueda escribiré sobre ello) y un libro de relatos de Raymond Carver, uno de los profetas del llamado "realismo sucio" junto con otros escritores como Tobias Wolff, o John Irving. La verdad es que es un género que no me entusiasma especialmente, pero es interesante leer nuevos autores, nuevas voces y estilos. Y los beat me esperan desde hace tiempo...Tomaré primero a Kerouac. Pero antes tengo que terminar Ensayo sobre la ceguera y Los hermanos Karamazov, ¡quiero más tiempo! ¡Tiempo! También reposa sobre mi mesilla de noche Cuentos europeos de amores imposibles. Por ahora, el que más me ha marcado ha sido uno titulado Delfina, de un escritor italiano cuyo nombre ahora mismo no recuerdo...

Y bueno, por otra parte (si tuviera tiempo también escribiría sobre ello), también quiero comunicar desde aquí que el hijo de la suicida Sylvia Plath se ha suicidado. Y prefiero no escribir nada sobre ello por ahora, porque con la prisa que arrastro sólo serían banalidades entrecortadas...

Todo se andará.

Esto es lo que escribo a día de hoy...