martes, 2 de febrero de 2010

Ahora...


mi vida discurre tan apacible y programada que casi da miedo.

Los sobresaltos son un ridículo rumor eclipsado por el ritmo agresivo que imponen las agujas del reloj; la rutina es un dique seco e impecable que no entiende de curvaturas imprevistas.

Camino por donde me indican y hablo cuando debo. La fusta de Lady Orden no ha preparado en su ideario castigo alguno para los desobedientes: los que la contradigan caerán directamente en el pozo de los malditos, los marginados y los perdidos, ¿y quién quiere pertenecer a tan censurables gremios? Sólo los pobres locos del Diablo que aún creen en los motines y en las rebeldías: en los ideales y en las réplicas.

Y a todo esto, yo me pregunto, ¿por qué los seres humanos desconfiamos tanto de las etapas de sosiego? ¿Por qué enmarañamos la serenidad presente con una brumosa sospecha de desastre inminente? ¿Será por la base de nuestra religión (sufrimiento = virtud; placer = frivolidad)?

Después de todo... ¿tan hondo ha penetrado la daga de lo divino en mi, en teoría, atea persona?

Preguntas sin respuesta en mi noche planeada. A descansar pronto, que mañana hay que madrugar. N siquiera la marmota climatóloga sorprende: la Primavera tardará en llegar...